GRUPO RÍO BOGOTÁ
ESPECIAL: Así nació el movimiento ciudadano que salvó a los humedales de Bogotá
En el humedal La Conejera inició la defensa por las esponjas de la cuenca media del río Bogotá. Una fundación, conformada por vecinos, amas de casa y expertos, no solo salvó al ecosistema de los escombros, sino que sirvió como cuna para otros líderes ambientales de la capital.
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* Este es un contenido periodístico de la Alianza Grupo Río Bogotá: un proyecto social y ambiental de la Fundación Coca-Cola, el Banco de Bogotá del Grupo Aval, el consorcio PTAR Salitre y la Fundación SEMANA para posicionar en la agenda nacional la importancia y potencial de la cuenca del río Bogotá y sensibilizar a los ciudadanos en torno a la recuperación y cuidado del río más importante de la sabana.
Los primeros rayos del sol debilitan la espesa niebla mañanera hasta convertirla en un tierno rocío que baña las plantas de un espeso bosque. El silencio perpetuo de la madrugada llega a su fin con el canto melódico de miles de aves, algunas ocultas entre los juncos y otras camufladas en lo más alto de los árboles.
Un espejo de agua diáfano empieza a llenarse con pequeñas criaturas plumíferas que nadan de forma sincronizada detrás de sus progenitores. Desde el cielo caen misiles con alas sobre el cuerpo hídrico pantanoso en busca de alimento, mientras que misteriosos búhos y lechuzas perchan en las ramas para divisar mejor a sus presas.
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Comadrejas, curíes, musarañas y conejos salen con cuidado de sus profundas madrigueras para buscar el desayuno, y los murciélagos cierran sus ojos para descansar de la pesada cacería nocturna. Las ranas sabaneras y las tinguas bogotanas se unen al concierto musical con chillidos y sonidos relajantes.
La Conejera es el segundo humedal con mayor cantidad de especies de aves. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
Este panorama corresponde al humedal La Conejera, 58,8 hectáreas de la localidad de Suba donde habitan 145 especies de aves, 11 de mamíferos y 253 de plantas acuáticas y terrestres como la margarita del pantano, una flor que en el mundo sólo sobrevive en este terruño del norte de Bogotá.
Huzhe Tibacuy o el criadero de cuyes del Tiba, nombre dado por los muiscas en la época prehispánica, está catalogado hoy en día como el humedal más biodiverso de los 15 declarados en la capital del país. Es el que más tiene mamíferos y el segundo en aves en toda la ciudad.
“La Conejera alberga aves endémicas de la sabana de Bogotá como la tingua y monjita bogotana. Reinitas, mosqueros, gavilanes, patos canadienses y otras aves migratorias, llegan allí desde varios lugares del continente americano. También se han registrado peces como el capitán de la sabana y la guapucha, al igual que ranas, lagartos y culebras. Sin embargo, fue uno de los ecosistemas más afectados en los años 90 por los rellenos con escombros”, aseguró Jorge Emmanuel Escobar, director de la Fundación Humedales Bogotá.
Este humedal de la localidad de Suba está catalogado como el más biodiverso de la ciudad. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
Gobernado por escombros
La vasta magia natural de La Conejera, al igual que la de los demás humedales cachacos, estuvo a punto de desaparecer por la nefasta mano del hombre. Escombros, vías, urbanizaciones y todo tipo de basuras, hicieron mermar su belleza biodiversa.
Durante el siglo pasado, el desarrollo urbano causó una tragedia ecosistémica en la capital del país. De las más de 50.000 hectáreas conformadas por humedales en la capital, tan sólo 726,6 hectáreas sobrevivieron a la mole de cemento de las urbanizaciones y las vías.
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La Conejera fue uno de los riñones más afectados. Desde 1960, las 150 hectáreas que conformaban el humedal, que iba hasta el cerro de La Conejera, empezaron a recibir los escombros de la ciudad, una proliferación de cemento que lo dejó reducido a apenas 35 hectáreas de espejo de agua.
Así lucía La Conejera en los primeros años de la década de los 90. Fotos: Fundación Humedal La Conejera.
Los años 90 fueron los más neurálgicos para esta esponja de la localidad de Suba. Germán Galindo, quien en esa época vivía cerca del humedal, recuerda que en 1993 La Conejera fue víctima de los escombros por parte de tres frentes de urbanización: un barrio de la Fundación Compartir, loteos ilegales liderados por concejales y el dueño de una finca.
“Una de las estrategias era comprar un predio aledaño al humedal. Los loteros pedían los permisos a Planeación Distrital para urbanizar hasta cierta cota, pero rellenaban con escombros la zona para ampliar los terrenos, subir los niveles y llegar al humedal. No respetaban la ronda, que según el Decreto 2811 de 1974, el Código de los Recursos Naturales, es de 30 metros para todos los cuerpos de agua”.
En el caso de los urbanizadores piratas, el loteo era aún más nefasto. Según Galindo, los terrenos eran vendidos antes de ser rellenados. “Botaban una piedra en el cuerpo de agua del humedal y le decían a la gente que ahí iba a quedar su lote. Un terreno de 12 por seis metros costaba como 15 millones de pesos. Así fueron feriando a La Conejera, con la meta de sacar más de 300.000 millones de pesos de los lotes”.
500 volquetas llegaban todos los días a descargar escombros en La Conejera. Fotos: Fundación Humedal La Conejera.
En esa época, La Conejera y los otros humedales sobrevivientes en la capital eran vistos como charcos malolientes que debían desaparecer para dar paso al crecimiento urbano y arrojar los residuos de la construcción. “Durante un siglo, los humedales fueron las principales escombreras de Bogotá, quienes sepultaron 98 por ciento de estos ecosistemas”, recuerda con nostalgia Galindo.
Conocer para proteger
A pesar de los escombros, este zootecnista empezó a percatarse que La Conejera aún era un hervidero de biodiversidad. “La primera noche que pasé en mi nuevo hogar escuché muchos cantos de aves hacia las 10 de la noche, algo que yo jamás había escuchado en mi trabajo en regiones como la Orinoquia, Huila y Cundinamarca”.
El canto nocturno de las aves llevó a Galindo a recorrer la zona pantanosa junto a su esposa y sus dos hijos, Laura y Camilo, en esa época tenían siete y cuatro años. La familia se encontró con un paraíso biodiverso gobernado por la avifauna.
A pesar de los escombros, las aves imponían su reinado en este humedal de la localidad de Suba. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
“Vimos un cuerpo de agua repleto por una enorme cantidad de aves acuáticas, los pájaros que embellecían mis noches con sus cantos. Estas especies son bastante activas de día y de noche, y nos ofrecían un concierto espectacular”.
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Sin embargo, la belleza vista por Galindo y su familia en La Conejera se vio entorpecida por la llegada de volquetas y camiones que depositaban millones de toneladas de escombros en el cuerpo de agua, material que era aplanado por un buldócer que preparaba el terreno para su próxima urbanización.
“Ese contraste me parecía absurdo. Cómo era posible que un sitio lleno de aves y curíes, que se alimentaban de hierbas acuáticas, estuviera a punto de desaparecer por la cantidad desmesurada de escombros de los urbanizadores legales e ilegales. Las plantas de los humedales son vitales para regular el ciclo del agua. Lo que vimos fue una barbaridad”.
Los escombros estuvieron a punto de hacer desaparecer al humedal La Conejera. Fotos: Fundación Humedal La Conejera.
Galindo divisó el espejo de agua y le juró a su familia que iba a hacer hasta lo imposible por frenar la hecatombe ambiental. El primer paso fue correr el rumor entre sus vecinos de que La Conejera era un ecosistema fundamental que debían salvar.
Entre agosto y septiembre de 1993, el zootecnista y varios de sus vecinos empezaron a caminar por La Conejera para hacer un profundo reconocimiento del antiguo terruño muisca. “El ideal era saber qué tan grande era, las problemáticas y su biodiversidad. Identificamos varias haciendas, como Las Mercedes y Fontanar del Río, el avance del barrio ilegal Londres y las aguas contaminadas que le llegaban”.
Los recorridos arrojaron como resultado el primer diagnóstico ambiental del humedal, que a su vez reveló que nadie estaba haciendo algo para protegerlo. “Los ganaderos le metían vacas en la época de verano y los urbanizadores se apropiaban cada vez más de sus terrenos”, recuerda Galindo.
Germán Galindo salvó con su fudanción al humedal La Conejera. Foto: archivo Germán Galindo.
Uno de los hallazgos más alarmantes del diagnóstico fue que el Distrito contaba con varios proyectos viales que le iban a pasar por encima a La Conejera, “como la Avenida Longitudinal de Occidente (ALO), la Ciudad de Cali y la Boyacá. La Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB), el DAMA (hoy Secretaría de Ambiente) y la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR), no hacían nada para evitar la catástrofe”, denuncia Galindo.
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El humedal tenía más cara de laguna de oxidación. Sus aguas estaban altamente contaminadas por los vertimientos de los barrios aledaños, que le eran inyectadas a través de la quebrada La Salitrosa. “Todas las aguas residuales llegaban a La Conejera, por eso nadie lo veía como un ecosistema estratégico para la conservación de la biodiversidad, el agua y la salud humana. El mismo Distrito lo impactaba con vías y escombros”.
La comunidad se unió para sacar a La Conejera del desastre ambiental. Fotos: Fundación Humedal La Conejera.
Unión comunitaria
Cerca de 15 vecinos del sector crearon la Fundación Humedal La Conejera, la primera organización que empezó a defender las esponjas hídricas de la capital del país y que hoy es vista por muchos como la cuna del movimiento ciudadano y ambiental.
La fundación dio marcha a un comité ecológico para salvar a La Conejera, conformado por varias comisiones: investigación científica para realizar un inventario de la flora y fauna; educación ambiental para sensibilizar a la comunidad; y derecho ambiental para empaparse de las normas, leyes, delitos y acciones judiciales.
“Teníamos que contar con todas las herramientas necesarias para frenar las acciones del mismo Estado. Encontramos una volqueta de la Alcaldía Local de Suba descargando toneladas de escombros en el humedal y varios camiones de la Secretaría de Obras Públicas. Todos eran una parranda de bandidos que no cumplían con las normas ambientales”, afirma el entonces director de la fundación.
Así lucía la quebrada La Salitrosa en los años 90. Fotos: Fundación Humedal La Conejera.
En una salida dominical por La Conejera, los vecinos encontraron a unos estudiantes de biología de la Universidad Javeriana dedicados a estudiar los humedales, quienes decidieron unirse a la lucha comunitaria por el ecosistema elaborando el inventario de fauna y flora.
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“Unos estudiaban las aves, otros las plantas y algunos las ranas, como Byron Calvachi, gran defensor de los humedales de Bogotá, y Luis Jorge Vargas, quien hace parte del grupo interdisciplinario del humedal Córdoba. Toda la información de los estudiantes la socializamos con la comunidad para que entendieran lo valioso que es un humedal”.
Mientras los vecinos conocían la joya ambiental oculta que tenían como vecino, los urbanizadores seguían haciendo de las suyas. Galindo recuerda que a diario llegaban en promedio 500 volquetas a descargar escombros. “Un personaje montó un negocio con esa actividad y le cobraba 5.000 pesos a cada volqueta para descargar”.
Vertimientos y ganado también afectaban la biodiversidad de este ecosistema. Fotos: Fundación Humedal La Conejera.
Lucha a muerte
Varias amas de casa hacían parte de la comisión de vigilancia, mujeres encargadas de prender las alarmas cada vez que veían una volqueta descargando desperdicios. “Como muchas mujeres se quedaban durante todo el día en las casas, eran ellas las que más podían estar pendientes del arrojo de los escombros”, dice el zootecnista con alma ambiental.
Cuando llegaba una volqueta, las mujeres pitaban y prendían alarmas para que la comunidad saliera a las calles. “Una mujer de la tercera edad fue fundamental en ese proceso de vigilancia. Desde el tercer piso de su casa esquinera veía todo el panorama y nos avisaba”.
Los pitos y alarmas causaban una revolución en el barrio. Galindo, los vecinos y las mujeres se paraban enfrente de las volquetas para no dejarlas ingresar al humedal. “Fueron enfrentamientos a muerte. Las mujeres eran las que tomaban la batuta, ya que los conductores de las volquetas no se iban a agarrar con ellas. Muchas se atravesaban en el piso para evitar el ingreso de los vehículos”.
La misma comunidad fue la encargada de liderar el estudio de las aves de La Conejera. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
La comunidad también hizo uso de tablas con puntillas ocultas entre el polvo para pinchar las llantas de las volquetas. “Logramos decomisar algunos vehículos, los cuales llevamos a la portería de las urbanizadoras y les descargábamos los escombros. Fue una lucha de cuatro meses muy dura pero efectiva, tanto así que logramos frenar las descargas”, anota Galindo.
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La comunidad creó una comisión de concertación con la Fundación Compartir, uno de los trabajos más complejos. “Nos dijeron que no iban a tocar la charca maloliente con sus gallinitas, como llamaban al humedal y a las tinguas, pero que se quedarían con las tres hectáreas que habían rellenado hace poco, las cuales hacían parte de la ronda de 30 metros”.
Los vecinos del humedal se enfrentaban a los conductores de las volquetas. Fotos: Fundación Humedal La Conejera.
La Fundación Compartir realizó un cerramiento con alambre en todo el borde del cuerpo de agua para seguir rellenado la ronda del humedal. “Nosotros movimos la cerca, pero volvieron a correrla en varias ocasiones. Con una fotografía aérea les mostramos todos los terrenos que le habían robado al humedal, más de 120 hectáreas”.
Las amenazas no se hicieron esperar. Galindo recuerda que los miembros de la fundación recibieron hasta sufragios por no dejar progresar la escombrera en el humedal. “Uno de esos decía: prefieren estar encima de un lote o debajo de él. Si seguíamos denunciando sus acciones nos iban a sepultar bajo los escombros”.
Aguas malolientes
La Fundación La Conejera empezó a llamar la atención de los medios de comunicación para que el país conociera las nefastas acciones de los urbanizadores y así poder instaurar procesos penales para que fueran castigados.
“Acudimos al desprestigio de los grandes urbanizadores, lo que nos dio bastante reconocimiento a nivel nacional e internacional. Nos hicieron como 25 reportajes sobre los escombros que arrojaron en La Conejera, impacto que por fin llegó a su fin”, dice Galindo.
Germán Galindo se enfermó al sacar las basuras de las aguas contaminadas del humedal. Foto: Fundación Humedal La Conejera.
La Conejera empezó a respirar al dejar de recibir los escombros. Sin embargo, otra afectación tenía en riesgo a la flora, fauna y a los propios vecinos del humedal: las aguas residuales malolientes inyectadas por la quebrada La Salitrosa.
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Entre 1993 y 1994, los vecinos empezaron a concertar con la Empresa de Acueducto para limpiar las aguas del humedal. Según Galindo, una de las últimas comunicaciones de la entidad es que esta problemática no iba a llegar a su fin sino hasta el año 2000.
“El Acueducto argumentó que debía tramitar un préstamo con el Banco Mundial. Yo me les adelanté y conversé con el banco para que dentro de ese préstamo incorporaran el tema de recuperar los humedales, lo que implicaba una reforma administrativa en la entidad y crear un área ambiental”.
La comunidad llamó la atención de los colombianos para salvar al humedal. Fotos: Fundación Humedal La Conejera.
Los olores del humedal causaron enfermedades en la comunidad. Galindo, por ejemplo, fue víctima de unos hongos en una de sus piernas cuando realizaba jornadas de recolección de basuras en el cuerpo de agua, agobiado por los vertimientos residuales.
“La Conejera también era un botadero de basuras con aguas contaminadas. Además de los hongos en la piel, mis vías respiratorias quedaron afectadas por respirar esos olores con gas metano, hongos y bacterias. Como me estaban vulnerando el derecho a la salud y al ambiente sano, instauré una tutela contra el Acueducto”.
La tutela salió a favor de Galindo en agosto de 1994, un fallo que le ordenó a siete entidades del Distrito tomar todas las medidas necesarias para sanear las aguas residuales que estaban contaminando a La Conejera.
Las aguas de La Conejera siguen afectadas por los vertimientos provenientes de las viviendas. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
“El Acueducto contrató un estudio que arrojó datos como que el humedal recibía 50 litros por segundo de aguas residuales por parte de 15 barrios donde habitaban 80.000 personas. Pero la empresa no tenía la infraestructura para resolver esa problemática”.
En 1997, la comunidad interpuso una acción de desacato contra el Acueducto por no realizar las obras. “Dijeron que estaban haciendo diseños y estudios y lamentablemente el tribunal les dio la razón. Realizamos un foro para que la ciudadanía conociera la negligencia del Distrito”.
Inicia el renacer
Los vecinos que lideraban la lucha por el humedal no se quedaron de brazos cruzados. En 1998, cuando el Acueducto no había construido un solo tubo para evitar las inyecciones de aguas contaminantes, la comunidad instauró una acción popular que le volvió a ordenar al Distrito actuar de manera urgente.
“En el año 2000, en un proceso de concertación en el marco de la acción popular, el Acueducto firmó un pacto de cumplimiento en el que se comprometió a hacer todas las obras, como construir el alcantarillado de los barrios altos y los interceptores La Conejera y río Bogotá para recoger las aguas residuales”.
Las obras del Acueducto mejoraron la calidad del agua de la quebrada La Salitrosa. Así lucía en 1993, 2005 y 2008. Fotos: Fundación Humedal La Conejera.
La Fundación La Conejera renunció al dinero que por ley deben recibir las personas que ganan una acción popular. Según Galindo, el Acueducto debía darles el 15 por ciento del valor de las obras, que ascendían a 1.500 millones de pesos.
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“Nuestro objetivo nunca ha sido lucrarnos. Como fundación renunciamos tanto a la plata de la acción popular como a los ofrecimientos de los urbanizadores piratas en la década de los 90, que obtenían cerca de 2,5 millones de pesos diarios por el arrojo de los escombros. Esa gente me propuso en varias ocasiones que me asociara con ellos”.
Mientras la Empresa de Acueducto realizaba las obras para descontaminar las aguas de La Conejera, la fundación trabajaba con los propietarios de los terrenos aledaños para poder reverdecer el lugar.
Poco a poco, La Conejera empezó a recuperar su cara de humedal. Foto: Fundación Humedales Bogotá.
“Con los 13 propietarios que estaban alrededor del humedal, logramos acuerdos para que respetaran los 30 metros de la ronda, lo que dio inicio a la siembra de árboles nativos. Nos dedicamos a estudiar la flora de estos ecosistemas, a través de las tesis de maestros como Thomas van der Hammen y Jorge Hernández, el creador de los Parques Naturales”, indicó Galindo.
La comunidad construyó un vivero con el apoyo del Ecofondo y el entonces DAMA para propagar 100 especies nativas que le devolverían el verde a La Conejera. “La gente fue la encargada de sembrar los árboles, más de 25.000 que apadrinaban y cuidaban a diario. Las semillas las traíamos de los bosques alto andinos de Cundinamarca, Boyacá y Santander”.
La comunidad fue la encargada del inicio del reverdecer de La Conejera. Fotos: Fundación Humedal La Conejera.
Galindo apunta que las heladas mataron a muchos de los árboles sembrados. “En una época, hasta el 70 por ciento de las plantas murieron. Pero no nos desmotivamos y realizamos una restauración durante cinco años en La Conejera”.
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Varias zonas del humedal fueron cercadas con alambre de púas para evitar el ingreso de vacas y otros verdugos. “Esto nos permitió consolidar un espeso bosque, su mayoría de especies nativas, un nuevo verde que atrajo a búhos y aves rapaces a la zona”.
Un vivero fue construido por la comunidad para reverdecer al humedal. Foto: Julián Sáenz.
Cirugía a corazón abierto
La Conejera estaba bastante lastimada por los escombros, basuras y aguas residuales de sus vecinos no deseados. El cauce lucía colmatado por la materia orgánica generada por los vertimientos de más de 80.000 personas.
“Todo lo que bajaba por las cisternas llegó al humedal. Por eso su vegetación acuática estaba gobernada por especies como lengua de vaca, buchón y pasto kikuyo. Ante esto, el paso a seguir sería restaurar el cauce”, anota Galindo.
Luego de empaparse del conocimiento técnico y científico, en los primeros años del nuevo milenio los miembros de la Fundación La Conejera diseñaron el primer trabajo de adecuación hidrogeomorfológica en un ecosistema de humedal en Colombia, una serie de obras para que La Conejera recuperara su cara original.
Las obras causaron un enorme cambio en el afectado cuerpo de agua del humedal. Foto: Fundación Humedal La Conejera.
“Este trabajo midió cuál era la profundidad original del agua (el perfil batimétrico), la cantidad de capas de escombros y lodos que tenía el cauce, cuánto costaba su retiro y las plantas nativas que debíamos reintroducir. Firmamos convenios con varias universidades y definimos varias líneas de investigación”.
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La primera línea fue estudiar el uso del hábitat de las aves en peligro de extinción, como la tingua bogotana, es decir las plantas que les brindan alimento y refugio. “Con toda esa información hicimos el diseño para la restauración ecológica del cauce, una obra bastante costosa y hasta ahora desconocida en la capital”.
La Fundación La Conejera no perdió su tiempo en convencer a las entidades del Distrito para que aportaran recursos. “Sabíamos que los funcionarios no se iban a arriesgar con algo que no manejaban. Por eso le presentamos una propuesta a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) de Holanda, que fue aceptada”, indica el zootecnista.
La fauna empezó a regresar al humedal sagrado de los muiscas. Fotos: Fundación Humedal La Conejera.
La UICN de Holanda le dio a la fundación 82.000 euros para las obras, hoy en día más de 367 millones de pesos, intervenciones que iniciaron con la remoción de los escombros, la creación de islas en el espejo de agua y la restauración con plantas nativas.
“El uso de hábitat era coger especie por especie de ave, como la tingua y monjita bogotana, el cucarachero de pantano y la tingua pico verde, analizando el tipo de planta que le daba alimento para sembrarla. La respuesta del humedal fue enorme”, informó Galindo.
Entre 2000 y 2002, la Empresa de Acueducto realizó las obras para mitigar las aguas residuales, y en 2003 la Fundación La Conejera arrancó con las primeras intervenciones de la adecuación hidrogeomorfológica, algo que para Galindo es una cirugía a corazón abierto.
La presencia de las aves fue el principal indicador del éxito de las obras. Fotos: Fundación Humedal La Conejera.
“La adecuación duró cerca de ocho años, tiempo en donde las excavadoras sacaron todos los residuos. Adelantamos cuatro fases, una cada dos años. Cuando terminábamos de intervenir un área, esperábamos a que su restauración diera muestras, como el regreso de las aves, para así continuar en otro pedacito. Este es un proceso de paciencia y tranquilidad que permite conocer cómo funciona el ecosistema”.
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La segunda fase contó con los recursos económicos del Fondo de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos (Fish & Wildlife Service U.S.), que tenía un programa de conservación de las aves migratorias que vienen a América Latina, como el pato canadiense.
“En la tercera fase, más o menos hacia el año 2004, le dijimos al Distrito que aportara recursos. Eso no fue posible durante el primer mandato como alcalde de Enrique Peñalosa, quien nos decía que nos fuéramos al Amazonas a cuidar pajaritos, porque la ciudad era para la gente”, recalca Galindo.
La Conejera se convirtió en una guardería para las aves. Foto: Fundación Humedales Bogotá.
Según Galindo, la intención de la alcaldía de ese momento era convertir los humedales de Bogotá en parques para deportes náuticos. “Su visión era que estuvieran rodeados por senderos, ciclorrutas, puentes y hasta fuentes de agua de colores en su espejo de agua. Así ocurrió en Juan Amarillo y Santa María del Lago”.
Punto de partida
En 2004, mientras avanzaban las obras en La Conejera e iniciaba el mandato de Antanas Mockus como alcalde, la Fundación La Conejera le propuso a la Administración Distrital celebrar el día de los humedales, el 2 de febrero, con un recorrido por todos los ecosistemas para que conocieran el trabajo comunitario de la sociedad civil.
“Queríamos que el Distrito escuchara nuestras propuestas y las problemáticas que persisten, y conocer los compromisos que tenía la Administración, para así construir entre todos la política distrital de los humedales”, informó Galindo.
Las obras en La Conejera duraron cerca de ocho años. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
El Distrito le cogió la caña a la fundación y visitó los 12 humedales declarados en ese momento en la capital. En un conversatorio realizado en La Conejera, las entidades escucharon a las comunidades. “La gestión de los humedales con el Estado era imposible y todo era a través de los jueces. En La Conejera hicimos 48 procesos judiciales, los únicos espacios donde nos escuchaban”.
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Durante 2004 y 2005, la comunidad y el Distrito se sentaron en la misma mesa y crearon la Política Distrital de Humedales, la hoja de ruta ambiental más participativa del país. “Participamos todos los actores: academia, científicos, entidades, institutos de investigación, entes de control y la comunidad defensora de los humedales”.
La Política de Humedales dio paso a la formulación de los planes de manejo ambientales de los ecosistemas, que en el caso de La Conejera fue liderado por la fundación de Germán Galindo y los vecinos del ecosistema de la localidad de Suba.
En La Conejera fueron construidos senderos elevados en madera para el paso de los ciudadanos. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
En 2008 culminaron las obras en La Conejera, las cuales causaron una exploción de biodiversidad. Por ejemplo, la población de tinguas bogotanas, una especie en peligro que sólo habita en la sabana, se incrementó un 250 por ciento.
El pato pico azul, que ya no estaba en ningún humedal de la ciudad, retornó con más de 100 individuos. La tingua pico verde también apareció en el ecosistema. “Fuimos pioneros en la restauración ecológica de los humedales y logramos demostrar que sí es posible recuperarlos”, recalca Galindo.
Más de 100 patos pico azul fueron registrados en el humedal luego de las obras. Foto: Fundación Humedales Bogotá.
Según el experto, las intervenciones convirtieron a La Conejera en el humedal más biodiverso de la ciudad, “a pesar de que persisten impactos como las conexiones erradas al sistema de alcantarillado, problemática que sigue sin resolver en todos los ecosistemas capitalinos”.
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En el renacer de La Conejera participaron organizaciones como el Fondo para la Acción Ambiental y la Niñez, Ecofondo, UICN de Holanda, Fish & Wildlife Service U.S., Conservación Internacional, la Empresa de Acueducto, la Alcaldía Local de Suba, la Secretaría de Ambiente, la Policía Nacional, instituciones educativas, juntas de acción comunal y universidades.
La vasta biodiversidad de La Conejera sigue vulnerable por impactos como las aguas resisuales. Fotos: Fundación Humedal La Conejera.
“Los resultados de este trabajo comunitario mancomunado hablan por sí solos: suspensión total de los rellenos, concertación con propietarios, delimitación de la ronda, cerramiento perimetral, revegetalización del bosque nativo, control de vertimientos, restauración hidrogeomorfológica, trabajos de investigación científica y educación ambiental y participativa”, indica Galindo.
En esa época, los censos de la avifauna arrojaron resultados como 115 especies de aves, de las cuales cuatro eran endémicas, 44 migratorias boreales y 12 migratorias australes. “La restauración de los lagos y recuperación de espejos de agua son indispensables para mejorar las condiciones de vida de la avifauna acuática y demás organismos que dependen de este medio”.
Las rapaces encuentran alimento y refugio en La Conejera. Foto: Fundación Humedales Bogotá.
La cuna de la defensa
Desde que la Fundación La Conejera empezó su dura batalla por salvar el humedal en los años 90, el ecosistema se convirtió en la cuna del movimiento ambiental comunitario en la capital del país.
“Desde nuestros inicios empezamos a hacer educación ambiental con talleres para los niños de colegio. Hacíamos muchos recorridos interpretativos con los pequeños, lo que convirtió a La Conejera en un aula ambiental abierta. Siempre hemos recalcado que lo que no se conoce no es posible defenderlo”, dice Galindo.
En esos recorridos educativos empezaron a llegar ciudadanos preocupados por los escombros que agobiaban a otros humedales de la ciudad. “Los capacitamos y dimos línea para que su lucha contra los urbanizadores fuera efectiva. Pero era tal la cantidad de gente que llegaba que no dábamos abasto”.
La educación ambiental ha sido la gran protagonista en los más de 20 años de defensa del humedal. Fotos: Fundación Humedal La Conejera.
Galindo les propuso a los líderes comunitarios organizarse en una sola red. En 1995, la corporación Ecofondo les dio la mano para la conformación de la Red de Humedales de Bogotá, una sinergia para evitar la desaparición de los ecosistemas.
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“Logramos conformar 15 nodos en distintos humedales, cada uno liderado por personas dedicadas a salvar los ecosistemas de los escombros. El nodo central fue La Conejera, en donde nos reuniamos para hacer intercambios de conocimiento y estrategias para consolidar la defensa de estos ecosistemas estratégicos. Definimos un propósito común”, anota Galindo.
La red y la experiencia de la Fundación La Conejera fortaleció el trabajo de líderes ambientales y comunitarios como Dora Villalobos en La Vaca, Tina Fresneda en Tibanica y Mauricio Castaño y los miembros del grupo interdisciplinario de Córdoba, quienes ven a los miembros de la organización como sus grandes maestros.
La unión comunitaria en La Conejera demuestra que sí es posible salvar los humedales.Fotos: Fundación Humedal La Conejera.
Una de las insignias de la educación ambiental en La Conejera fue el Ecobus, uno de los antiguos Trolebús o Trolis de Bogotá que hacían parte del sistema de transporte alimentado con electricidad entre 1948 y 1991.
“No teníamos un salón para hacer las charlas con la comunidad y los líderes. La Fundación Compartir no nos prestaba su salón porque no los dejamos seguir urbanizando, por lo cual nuestros encuentros eran a la intemperie, en el humedal”, recuerda Galindo.
Los miembros de la fundación empezaron a buscar opciones. La primera fue encontrar la carrocería de un bus o el vagón de un ferrocarril para convertirlos en un aula ambiental. “Hasta le dijimos a Avianca que nos donara un avión viejo. En unos parqueaderos de la Avenida 68 con Américas vimos varios Trolis que estaban al sol y al agua, pero no los podían donar”.
Durante años, el Ecobus de La Conejera fue el principal sitio de la educación ambiental en Bogotá. Foto: Fundación Humedal La Conejera.
Poco a poco, los destartalados Trolis fueron rematados y comprados por las empresas constructoras que contrataban con el Estado. Solo uno estaba sin comprador, por lo que la Fundación La Conejera ofreció 2,8 millones de pesos en el año 1996.
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“Lo llevamos en grúa hasta el humedal y lo llamamos Ecobus, que se convirtió en el auditorio central de La Conejera. Esta aula fue visitada por Thomas van der Hammen, el “Mono” Hernández, Gary Stiles, ministros y concejales. Miles de ciudadanos fueron sensibilizados en este espacio, incluso un juez que con un fallo benefició a uno de los urbanizadores, lo visitó”.
El interior del Ecobus era un aula ambiental visitada por miles de niños y jóvenes. Fotos: Fundación Humedal La Conejera.
Los retos de defender La Conejera
Entre 2016 y 2019, cuando Enrique Peñalosa fue elegido de nuevo como alcalde de Bogotá, el Decreto 565 de 2017 modificó la Política de Humedales, lo que dio luz verde a los senderos, puentes elevados y ciclorrutas dentro de estos ecosistemas.
“Juan Amarillo y Jaboque sufrieron cambios. Aunque este año un juez declaró como nulo el decreto que permitió las obras duras en los humedales, el daño en estos ecosistemas es enorme”, asegura Galindo.
En el caso de La Conejera, el zootecnista informó que Peñalosa dejó contratada una obra pero bajo su visión de urbanismo. Lo que él considera como una nueva lucha para los líderes comunitarios y ambientales.
Una obra que dejó lista Peñalosa en La Conejera preocupa a los expertos. Foto: Julián Sáenz.
Sin embargo, el mayor golpe lo recibieron los miembros de la Fundación La Conejera, quienes fueron acusados de talar árboles y realizar obras sin permiso, denuncias que salieron a la luz y que no llegaron a ningún lado.
“Hicimos parte de la discusión del Plan de Ordenamiento Territorial durante la anterior alcaldía, que pretendía urbanizar 5.000 hectáreas del borde norte, los últimos suelos fértiles que le quedan al Distrito. Nos metimos en la defensa de la reserva Thomas van der Hammen, algo que no gustó a algunos y se montó toda una trama de desprestigio”, denuncia Galindo.
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Desde 2016, una nube negra cubrió la imagen intachable de la Fundación La Conejera. “Hubo mucha desinformación a la prensa, se dijeron muchas mentiras y hasta recibimos amenazas de muerte en nuestras redes sociales”, agrega el experto.
Los bosques de La Conejera son recorridos por los amantes de la naturaleza. Foto: Fundación Humedales Bogotá.
Aunque Galindo no vive cerca de La Conejera desde 2004 por sus problemas de salud, asegura que la fundación no ha muerto. “Por las amenazas nos tocó bajarle el ritmo al trabajo de la fundación, pero aún está viva en las nuevas semillas y grupos colectivos han sido sensibilizados durante los últimos 20 años”.
La defensa de La Conejera no puede descansar. Por eso, las comunidades siguen poniendo la lupa sobre los impactos ambientales, como las aguas residuales que no han llegado a su fin, el abandono del Ecobus por parte del Distrito (hoy está destartalado y funciona como refugio para los celadores) y la presencia de perros y algunos habitantes de calle.
La Secretaría de Ambiente, administradora del humedal, no ha recuperado al Ecobus. Foto: Jhon Barros.
“La actual administración recibió una compleja herencia sobre el futuro de los humedales. Peñalosa dejó diseños y contratos atados en La Conejera, obras que el Distrito puede frenar, porque tiene toda la normatividad de su lado y son ecosistemas Ramsar. En los humedales no debe tener cabida el miedo. Ese tipo de obras están prohibidas por el fallo del juez”.
Las nuevas semillas
Cuando tenía 15 años, Janeth Mahecha llegó a vivir al barrio Compartir junto a sus padres y hermanos. Corría el año 1994 y la Fundación La Conejera lideraba su lucha contra los escombros de las urbanizaciones.
“La escombrera había llegado a su fin por las acciones de la comunidad. Yo iba con mi familia al humedal a ver curíes a las 5 de la tarde, una magia de la naturaleza que me sorprendió. Mi hermano se enteró que la fundación hacía actividades de educación ambiental y decidí participar”.
Janeth Mahecha se formó con la fundación y hoy en día es una de las grandes defensoras del humedal. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
Luego de recibir charlas y aprendizajes por parte de los maestros de la organización, en 1999 Janeth se unió oficialmente a la lucha por el ecosistema. “Todos los fines de semana hacíamos jornadas de limpieza. A la par empecé a estudiar un técnico en control ambiental, conocimiento que apliqué en el proceso de educación y participación comunitaria en La Conejera”.
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Janeth, hoy con 41 años, recuerda que en esa época muchos ciudadanos veían al humedal como un “pichal” por los olores de las aguas residuales. “Todo empezó a cambiar con el voz a voz que le contaba a los vecinos que La Conejera era un ecosistema repleto de vida. Ver el cambio en la ciudadanía me llenó el corazón”.
La fundación fue la mayor escuela ambiental para esta bogotana. “Una de las vecinas, Nelly Ochoa, era una de las mujeres más aguerridas que se paraba al frente de las volquetas para evitar el ingreso al humedal. Ver a estas personas defendiendo con pasión a La Conejera no tiene precio y fue mi mayor motivante para dedicarme del todo a conservarlo”.
Los más de 20 años de defensa del humedal no pueden parar. Nuevas semillas lideran ahora el proceso. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
Ver los sufragios y amenazas que recibían sus vecinos, motivó aún más a Janeth por generar cambios en la comunidad. “Las siembras de los árboles fueron una de las actividades más bonitas, ya que además de reverdecer, generó lazos en las comunidades y en los niños de colegio”.
El humedal empezó a recibir a los estudiantes que necesitaban hacer su servicio social. “Unos jóvenes del colegio San Jorge hicieron una laguna artificial donde habitan las ranas sabaneras. Más de 40 colegios se vincularon a través de los proyectos ambientales escolares para adoptar zonas y sembrar las plantas de los futuros bosques”.
En el Ecobus, Janeth daba clases magistrales educativas a los niños y jóvenes de la localidad. “Proyectamos películas, hacíamos charlas y actividades pedagógicas. En esa época fue el aula viva más importante de los humedales capitalinos, donde también aprendieron los líderes de los otros ecosistemas”.
La laguna San Jorge fue construida por niños de un colegio. Es uno de los hogares de la rana sabanera. Foto: Jhon Barros.
Con todo lo aprendido en la fundación y luego de ser una de las intérpretes ambientales del humedal, Janeth empezó a consolidar un nuevo grupo comunitario para que el legado ambiental se mantenga y perdure en el tiempo.
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“Entre 2015 y 2016 hicimos una convocatoria para formar el grupo Teuco, Tejido Comunitario por el Humedal La Conejera, en el que participan nueve personas del sector. También consolidamos una nueva red para convocar a otros colectivos”.
Con Tehuco, Janeth lidera veedurías a las intervenciones del Distrito y pajareadas y monitoreos comunitarios por el humedal. “Por medio de la fotografía sensibilizamos a los niños y jóvenes. Hacemos videos y piezas comunicativas para que la comunidad entienda que los perros y gatos no deben estar en La Conejera. Llegamos a los colegios a sembrar conciencia ciudadana”.
Recuperar el Ecobus es una de las metas de esta defensora del verde y el agua. Foto: Jhon Barros.
Aunque ya no forma parte de la Fundación La Conejera, Janeth nunca se desligará de la organización que la formó. “El desprestigio al que fue sometida la fundación no tiene nombre. Sus líderes fueron acusados de muchas cosas y nunca les dieron la oportunidad de defenderse. Todas las versiones eran erradas, puros chismes que causaron un daño enorme”.
Janeth tiene certeza que dedicará toda su vida a defender a La Conejera. “Seguiré contando su historia, denunciando sus impactos y sembrando semillas en las nuevas generaciones. Así lo hago con mis dos hijos de 14 y ochos años, a los que llevó al humedal para que conozcan su belleza. Mi voz no va a ser silenciada”.
Los miembros del grupo Tejido Comunitario por el Humedal La Conejera están dedicados a proteger el ecosistema. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
Esta líder social recalca que aún hay mucho trabajo por hacer en La Conejera, como solucionar la contaminación del agua por las conexiones erradas y la recuperación del nacimiento de la quebrada La Salitrosa, la única inyección hídrica que recibe.
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“La Conejera es un sitio estratégico que conecta a la reserva van der Hammen con el río Bogotá, un lugar que evita las inundaciones. La construcción de la ALO siempre ha sido una amenaza, al igual que la falta de cerramiento en ciertas zonas y la presencia de perros que afectan a la fauna”.
Los jóvenes de Suba lideran procesos de educación ambiental en el humedal. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
Respetar el legado
Sin la batalla de más de 20 años de la Fundación La Conejera, lo más probable es que hoy en día Bogotá no tuviera una sola hectárea de humedales. Su trabajo sirvió como hoja de ruta para que otros líderes comunitarios salvaran a los ecosistemas en sus localidades, y fue el punto de partida para la creación de diversas organizaciones ambientales.
La Fundación Humedales Bogotá, que lleva más de una década denunciando los impactos que reciben estos ecosistemas y estudiando su flora y fauna, fue una de ellas, una organización que empezó a consolidarse con el ejemplo y las enseñanzas del primer movimiento ciudadano por los humedales.
“En los años 90, los líderes comunitarios de los humedales se percataron del trabajo que hacía la Fundación La Conejera, por lo cual decidieron que ese ecosistema debía ser el centro de reunión para aprender sobre la flora, fauna, historia y los bienes y servicios. Así nació la Red de Humedales de la capital”, dijo Jorge Emmanuel Escobar, director de Humedales Bogotá.
Jorge Escobar lleva más de 10 años defendiendo los humedales de la capital del país. Foto: Fundación Humedales Bogotá.
Los miembros de la red, liderados por la Fundación La Conejera, empezaron a trabajar con las comunidades y los colegios. “Ese trabajo colectivo logró que las entidades del Distrito pusieran sus ojos sobre estos ecosistemas y crear la Política de Humedales. La comunidad es la pionera en la defensa de estos espacios”, expresó Escobar.
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Para el director de la Fundación Humedales Bogotá, todas las organizaciones que trabajan por la defensa de los humedales son hijos del movimiento iniciado en La Conejera. “Le debemos mucho a ese proceso que se gestó allá. Fue un movimiento icónico para Bogotá y tal vez uno de los más antiguos en todo el país”.
El movimiento ciudadano por la defensa de los humedales ha ganado reconocimientos a nivel internacional. “Países como Chile y Uruguay ven a Bogotá como un referente en la defensa de los humedales por esa resistencia, lucha y trabajo social de las comunidades”, cerciora Escobar.
El segundo humedal con mayor cantidad de aves requiere de muchas manos amigas. Foto: Fundación Humedales Bogotá.
El experto recalca que la Fundación La Conejera es un ícono ambiental que debe ser reconocido por los demás colectivos y grupos que ahora defienden a los humedales. “Debemos recordar que ellos dieron el inicio y sembraron la semilla para la creación de los demás colectivos que hoy tenemos en la ciudad”.
Escobar considera que muchas veces en Bogotá se desconocen o no se tienen en cuenta la opinión de las personas que tienen una vasta experiencia. “Hay que darle una mayor trascendencia a los grandes conocedores y a la experiencia ganada en todos estos años para poder saber cuál es el mejor camino”.
Los nuevos defensores de los humedales no pueden desconocer todo el trabajo comunitario que inició hace más de 20 años. Foto: Fundación Humedales Bogotá.
En la capital del país surgen cada vez más defensores y colectivos interesados en luchar por los humedales. “Sin embargo, se requiere de una especie de empalme entre las nuevas generaciones y los de la vieja guardia. Hay que llegar a un diálogo intergeneracional como el que se hacía antes cada año, un encuentro que llegó a su fin desde que la Secretaría de Ambiente administra los humedales”.
En esos encuentros anuales, los líderes contaban las acciones y estrategias que hacían en los humedales. “Tenían voz tanto los que llevaban más tiempo como los grupos nuevos. Si logramos eso, además de bajarle un poco a los egos de los nuevos colectivos, nos podemos volver a unir como movimiento y lograr grandes grandes cosas por los humedales de la capital”, concluye Escobar.
La cuna del movimiento ciudadano por los humedales sigue dando certeras muestras biodiversas. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.