Café con aroma a bosque
Con la siembra de árboles nativos y prácticas agrícolas sostenibles que disminuyen el uso de fertilizantes y mejoran la calidad de los suelos, 3.800 productores de Risaralda y Cauca sacarán un café libre de deforestación y que no contribuye al calentamiento global.
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Mario de Jesús Román, un hombre de 49 años, delgado, bajito y con una sonrisa tímida, lleva el café metido en sus venas. Desde pequeño, cuando acompañaba a su papá a recorrer los cafetales en una finca que tenía en el departamento de Caldas, quedó enamorado del producto y deleitado por su olor, por lo cual tomó la decisión de continuar con ese legado cuando fuera grande.
Hace 15 años, en 2004, su mamá le heredó El Paraíso, una finca de cuatro hectáreas ubicada en Belén de Umbría, uno de los municipios más cafeteros de Risaralda, un regalo que le permitió dedicarse del todo a sacar bultos y arrobas de café para sostener a su esposa y a Erika, su única hija que venía en camino. Sin embargo, no quería seguir tumbando árboles para sembrar en las montañas, como tradicionalmente lo han hecho en el Eje Cafetero.
Todo lo contrario, Mario quería reforestar su finca con especies nativas para mejorar los suelos y la calidad de su producto. “Cuando empecé a administrar la finca me percaté de que todos los suelos estaban áridos y secos porque no contaban con ningún árbol que les suministra materia orgánica. Además, el café era de muy mala calidad”.
Con la ayuda del Comité de Cafeteros aprendió la técnica para sembrar árboles, trabajo que dio sus primeros resultados hacia 2010, seis años después de empezar a reverdecer.
“Destiné media hectárea del predio para consolidar un bosque que no lo toco ni porque me paguen. Del potrero árido que me heredaron no quedó rastro, y las aves volvieron al lugar a anidar en los árboles”, recuerda.
Mario siempre ha sentido una pasión desbordada por el cuidado del medio ambiente, por lo cual sabe del tema y es consciente de que si protege los recursos naturales va a tener una mejor producción y más años de vida útil para su finca. “Por eso quería ir más allá de la reforestación, aprender más cosas como disminuir el uso de fertilizantes y no utilizar tanta agua. Pero no contaba con la asesoría para hacerlo”.
Algo similar le pasó a Oriol Chiquito, un risaraldense de 36 años quien en 2004, junto a sus dos hermanos menores, compró una finca de una hectárea en el municipio de Quinchía. “Desde niño me llamó mucho la atención el cultivo del café, pero no había tenido la oportunidad de hacerlo. Trabajé por muchos años como minero, actividad que causa mucho daño a la naturaleza. Aunque me daba de comer, no me sentía bien realizándola. Por eso me asocié con mis hermanos para cumplir ese sueño. Bautizamos la finca como Cerro Grande”.
Sus primeras cargas de café no tuvieron mucha acogida, ya que según Oriol el sabor era demasiado amargo por el uso de fertilizantes y la mala calidad del suelo. “Había escuchado que para mejorar el café era necesario contar con árboles entre los cafetales, ya que cuando las hojas caen al suelo se transforman en materia orgánica. Entonces decidí reforestar y le pedía asesoría a los conocidos”.
Mario Román y Oriol Chiquito, don pequeños productores de Risaralda, han reverdecido sus cafetales por medio de ‘Café del Futuro’, proyecto del gobierno de Noruega y Solidaridad Network. © Diana Rey Melo
Café boscoso
Desde 2013, el gobierno de Noruega y la organización internacional Solidaridad Network trabajan con productores de Colombia, Perú y México en el proyecto ‘Café del Futuro’, que busca aplicar prácticas de agricultura climáticamente inteligentes para que el café tenga resiliencia al cambio climático, no cause deforestación, aumente su productividad e impacte menos los recursos naturales.
Oriol y Mario habían escuchado que el proyecto pretendía que los pequeños productores de café en Risaralda hicieran el cambio de tradicionales a unos mucho más sostenibles y amigables con el ambiente, como ambos soñaban. “Me enteré por un amigo agrónomo que trabaja en Solidaridad. Me gustó la idea, ya que además de seguir sembrando iba a aprender a mejorar el suelo y utilizar bien los fertilizantes. Pintaba bueno, así que decidí participar desde 2016”, comenta el primero de ellos, casado y padre de un hijo de 13 años que quiere estudiar medicina.
Entre 2013 y 2016, la primera fase del proyecto benefició a 7.361 productores de estos tres países, quienes aprendieron buenas prácticas inteligentes como renovar o rehabilitar los cafetales con variedades resistentes y densidades óptimas; mejorar el uso del agua (incluyendo reducción, reuso y tratamiento de aguas residuales); manejo adecuado de los suelos; y protección de corredores forestales y siembra de árboles de sombra.
A Oriol, esta iniciativa le cambió la vida 180 grados. «Me capacitaron, participé en programas sobre fertilización y me ayudaron a construir tanques para los lixiviados y desechos del café. Entendí que la clave no es producir por producir, sino respetar todo lo que nos rodea. Ya sembré más de 6.000 árboles, que han mejorado los suelos y su fertilidad sin tanto químico. Animales como el oso hormiguero visitan mi predio».
El año pasado, este caficultor de tez trigueña, delgado y con una sonrisa que no desaparece de su rostro, sacó 14 cargas y media de café (más de 26 bultos), cifra jamás registrada desde que compró su finca hace 15 años. “Eso demuestra que al conservar si aumenta la producción. Ahora tenemos la política de no quema y no tala, buenas prácticas que sirven como ejemplo para los demás productores de Quinchía. El que toma una taza de café con los granos de mi finca está respetando la naturaleza”.
Por su parte, Mario ya superó los 15.000 árboles nativos entre sus cafetales, de los cuales 600 son nogales. “Tengo suelos recuperados y con nutrientes, y un café con una calidad superior y de mejor sabor. Contribuir al medio ambiente trae resultados importantes: llegué al tope de 300 arrobas de café en 2018, cantidad jamás vista en El Paraíso. El proyecto nos enseñó a no contaminar las aguas, no botar los desechos del café en las quebradas y hacer una fosa para hacerles una adecuada disposición”.
Para Mario, con la siembra de árboles basta para dejar de utilizar fertilizantes. “Esos químicos desgastan los suelos y los vuelven desérticos. Acaban con todo. Cuando hay muchos árboles, las hojas luego pasan a convertirse en materia orgánica, un abono que fertiliza naturalmente los suelos”.
En la primera fase de ‘Café del Futuro’, los más de 7.000 productores de Colombia (entre ellos Oriol y Mario), Perú y México, implementaron buenas prácticas en 16.000 hectáreas de café. También alcanzaron una producción de 17.500 toneladas (aumento del 21 por ciento), redujeron la emisión de 27.869 toneladas de dióxido de carbono y evitaron que 3.312 hectáreas fueran deforestadas.
“Ya está demostrado que sí es posible lograr una mayor producción de café con buena calidad utilizando menos recursos naturales y con cero deforestación”: Sveinung Rotevatn, viceministro de Clima y Medio Ambiente de Noruega. © Diana Rey Melo
Sigue la alianza
Noruega y Solidaridad seguirán transformando caficultores tradicionales en defensores de los bosques. En un evento realizado en Bogotá anunciaron la segunda fase de ‘Café del Futuro’, que beneficiará a más de 6.000 pequeños productores de Colombia y Perú para que aumenten más del 10 por ciento su rendimiento de producción e ingresos, eviten la emisión de 20.152 toneladas de dióxido de carbono y protejan 5.234 hectáreas de bosque.
En Colombia, cerca de 3.800 caficultores de nueve municipios de Risaralda y Cauca harán parte de esta estrategia, incluidos Oriol y Mario, quienes fortalecerán sus conocimientos ambientales y transformarán 9.141 hectáreas sembradas de café tradicional a climáticamente inteligente.
“Para Noruega es muy importante respaldar estos esfuerzos en países productores de café como Colombia. Esta producción tiene una gran importancia ambiental, específicamente en temas como la conservación de ecosistemas forestales, la resiliencia al cambio climático y la protección de cuencas hídricas”, aseguró el viceministro de Clima y Medio Ambiente de Noruega, Sveinung Rotevatn.
Cerca de 550.000 familias colombianas viven del café (96 por ciento son productores pequeños). Estas comunidades son afectadas por las constantes fluctuaciones en el precio internacional del café, coyuntura que podría profundizarse por el cambio climático, el cual aumentaría las plagas, reduciría la vida fértil de los arbustos y disminuiría la calidad del cultivo.
“Por eso Colombia debe continuar fortaleciendo el café amigable con el ambiente. Ya está demostrado que sí es posible lograr una mayor producción de café con buena calidad utilizando menos recursos naturales y con cero deforestación. Los gobiernos deben crear concesiones para escalar este tipo de iniciativas y que sus productores compitan en el mercado”
viceministro de Clima y Medio Ambiente de Noruega, Sveinung Rotevatn.
Joel Brounen, director de Solidaridad en Colombia, informó que trabajarán en tres aspectos: finca, mercado y paisajes. “Ya tenemos un modelo probado de producción. Ahora una meta importante es crear un esquema de mercado que permita comunicar y transferir beneficios de este tipo de siembra hacia compradores y consumidores. Buscamos un caso de negocio que reconozca el rol de la caficultura en la protección del patrimonio natural de Colombia”.
A nivel de mercado, el proyecto trabajará con socios en Europa y Estados Unidos para que compren al menos 4.619 toneladas de café climáticamente inteligente e inviertan en su producción. “El proyecto busca producir 25.664 toneladas métricas de café de origen inteligente en tres años entre Perú y Colombia”, dijo Brouner.
El café colombiano es responsable de cerca del 18 por ciento de la deforestación, ya es es una actividad que predomina en las zonas montañosas y boscosas. Por eso, el director de Solidaridad en Colombia propone que el país firme un acuerdo cero deforestación con el gremio cafetero, así como lo hizo recientemente con los ganaderos.
Por último, Javier Pérez Burgos, viceministro de Desarrollo Rural de Colombia, apuntó que la agricultura climáticamente inteligente debe formalizarse para convertirla en un motor de desarrollo en el campo colombiano. “El consumidor final es cada vez más exigente, le gusta conocer de dónde viene el producto, quién lo fabricó y la mano de obra, un valor agregado que hace parte de esta iniciativa de producción responsable”.