Y también está la esperanza y la limonada de coco
En medio de días agitados el anhelo de la paz habitando los campos y las ciudades se convierte en un bálsamo del espíritu.
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También existe el campo en paz, un tinto en medio de la montaña, un atardecer naranja, música en el aire, el mar en calma y una limonada de coco mientras el sol se sumerge en el horizonte. La belleza de la paz es inconmensurable, así como la belleza de miles de lugares nuestro país. En medio de días agitados el anhelo de la paz habitando los campos y las ciudades se convierte en un bálsamo del espíritu. La esperanza de días mejores ha mantenido a flote a millones de corazones durante miles de años, aun en los momentos más angustiantes.
Y esta reflexión no es solo sobre los lugares es sobre todo acerca de las personas. La historia también es transformada por seres capaces de desafiar los lugares comunes,con sus acciones retan los destinos fatales e inspiran a miles de personas a recorrer otros caminos posibles. Hoy en día, para el equilibrio del ecosistema social se hacen vitales aquellos seres que cuando perciben que la radicalización sepulta ideales esenciales, optan por retar dogmas, estigmas y prácticas, se aferran al valor de la semejanza y actúan de maneras inéditas.
Y justo allí, cuando los destinos fatales parecieran estar escritos, surgen actos contra la corriente. El manifestante que se interpone, exponiendo su vida y evitando que una agente de policía sea golpeada y vulnerada por un grupo iracundo durante las manifestaciones. El policía integro que cumple su labor de proteger a los demás arriesgando su vida, y cuando es necesario desafía a sus colegas cuando transgreden su misión y vulneran derechos humanos.
Este tipo de historias, que parecieran actos aislados y extraños podrían contener la esencia de una fuerza poderosa que ayudaría hacer del mundo un lugar mejor. El corazón de alguien que está dispuesto arriesgarse por ayudar a un extraño, es uno de los lugares más bellos de la Tierra.
También están esas otras realidades. También está el periodismo integro e imparcial que permite democratizar la verdad. También están los funcionarios públicos íntegros que desde diversos escenarios se consagran al bien público. También están los ciudadanos solidarios, coherentes, resistentes a las injusticias y resistentes a la tentación de la violencia. También están los policías y soldados que comprenden profundamente como estar al servicio de la Constitución y la ciudadanía. También están aquellos lideres capaces de crear puentes y lazos renunciando a los impulsos del ego.
También está la necesidad de nuestros espíritus de refugiarnos en la esperanza de mejores días. El sol después de la oscuridad. La paz y la música después del humo. El anhelo de conservar más aprendizajes que rencores. Olvidar los roles, las ideologías, las vestimentas, los uniformes, los dogmas, los prejuicios para de nuevo encontrarnos en la mirada con otros, en la semejanza y actuar en consecuencia. El dolor por cualquier semejante dañado, el perseguir el bien común por encima del “bien” sectario.
La violencia bipartidista cobro 14.000 vidas entre los 30 y los 50. La violencia de los 90 y primera década del 2000 cobró 220.000 vidas y 8 millones de víctimas. En estas dos crudas épocas el campo y las ciudades fueron azotadas por oleadas de violencia que difícilmente podríamos comprender sin colapsar en la melancolía, pero logramos dejarlas en el pasado y creer que no era necesario recorrer esos caminos de nuevo. Por aquellas miles de vidas perdidas, por aquellos ríos infinitos de sufrimiento de quienes sobrevivieron; en honor a ellos y ellas debemos elegir los caminos de la conciliación.
El tiempo transcurrirá implacable, en unos años miraremos hacia atrás, ojalá sabiendo que dejamos más lazos que heridas entre nosotros. ¿Y porque cuestionar los dogmas radicales para mirar y dialogar con nuestros y nuestras semejantes? Porque “Salvar vidas, es como el amor, el mejor elixir del mundo” Scorsese.
Necesitamos creer que somos capaces de estar juntos, conservando los sublimes principios de la democracia, escogiendo a los demás por encima de los estigmas. Nuestros niños y niñas necesitan palabras y ejemplos tempranos de solidaridad y empatía hacia otros, aun si piensan diferente. Necesitan conocer el camino de la paz y el dialogo: el único camino que encontraron las naciones estables de hoy.
La luz de la paz colmara los campos, las ciudades y los caminos. La música llenara el aire y los sonidos de la confrontación se difuminarán en medio de la neblina de las nuevas madrugadas. Allí, justo allí, en la montaña, el mar, el rio, en un camino, en cualquier rincón de nuestras tierras, el aire será colmado por aquellas partículas misteriosas de la paz que refrescan la piel y el alma.
También está esa capacidad del corazón de detener los impulsos evolutivos de la confrontación para elegir conversar y conservar. Conservar nuestros lazos, nuestro ambiente, nuestros hogares, nuestra nación, nuestro mundo. Un tinto al atardecer para celebrar la cosecha, una limonada de coco para celebrar la pesca y la vida.
El agua en los ríos y los mares. Y olas libres anhelan inundar sosegadamente las arenas sedientas de esperanza. La sangre en las venas. El corazón palpitando. La música en las gotas de lluvia. La esperanza en el aire. El pan en el horno. La leche sobre la mesa. Las luces acompañando el anochecer. Los ecos de las sonrisas chocando entre sí. El amor en los ojos. La vida triunfando con cada nuevo respiro.
* Mauricio Molano Mateus es psicólogo de la Universidad Nacional y educador para la paz. Durante 20 años se ha dedicado a entender la educación como un escenario de encuentro para aportar a que la sociedad sea más justa, solidaria e incluyente.
Las opiniones de los columnistas en este espacio son responsabilidad estricta de sus autores y no representan necesariamente la posición editorial de SEMANA RURAL.