Opinión
Fiestas patrias
Analicemos los eventos del 20 de julio como si se tratase de una ópera.
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La obertura se toca por la orquesta antes de que se levante el telón para que los espectadores asimilen el clima emocional del espectáculo. Su equivalente, para el fin que persigo, es el tradicional desfile militar de ese día.
Hoy sabemos con certeza que el presidente llegó tres horas tarde porque él mismo dio unas deleznables explicaciones. Sin embargo, con excepción de El Colombiano y Semana, casi todos los demás medios guardaron silencio sobre ese grave episodio, que lo es, primero, por el bloqueo del espacio aéreo de la ciudad por mucho más tiempo del previsto, lo cual causó enormes perjuicios a los viajeros. Y en segundo, por la falta de respeto que esa demora significa para el estamento militar -que tantos desaires ha recibido en estos dos años- y para las familias que acudieron a presenciar ese evento.
Cabe un doble reproche: a Petro por su desdén (en habitual) por los valores de la nación. Y a los medios que optaron por la autocensura: sabían lo que sucedió, debieron percibir su importancia, pero prefirieron callar.
Hablemos de la puesta en escena. El presidente se presentó adecuadamente vestido (lo que no hizo durante su fugaz presencia en el desfile militar), pronunció su discurso sin agravios ni ironías, con coherencia discursiva y claridad de ideas. Resolvió actuar, así fuere por excepción, con la dignidad de un jefe de Estado en un país democrático.
Los voceros de la oposición hablaron con la dureza que cabía esperar y reclamaron un poco más de tiempo. Los presidentes de la sesión conjunta manejaron con prudente flexibilidad la situación. Los parlamentarios de las diferentes formaciones expresaron su respaldo o rechazo de manera ruidosa, aunque sin excesos. Y por último, el presidente escuchó a la oposición como es necesario que ocurra; el nefasto precedente sentado por Duque quedó atrás.
En el acto final de la obra, que es cuando se suicida Cio-Cio San, en Madame Buterfly, o muere Violeta de tuberculosis en La traviata, no ocurrió nada semejante. Las plenarias de Senado y Cámara eligieron sus presidentes bajo las reglas previstas. No hubo drama. El normal funcionamiento de las instituciones puede ser aburrido.
Tomen nota los que piensan que nuestras instituciones son tan endebles como los telones, mobiliario y vestuario, que se usan en el teatro musical. Funcionan a pesar del asedio que padecen. Y allí estarán para garantizar, en un muy difícil contexto en la periferia del país, el proceso electoral de 2026.
Comentemos ahora algunas arias del cantante principal de esta singular pieza musical. Avasallado por la evidencia, dijo asumir “responsabilidad política” por los eventos de corrupción sucedidos en la UNGRD, los cuales atribuyó a Olmedo López, un actor marginal, que mal pudo gozar de la autonomía necesaria para movilizar recursos cuyas magnitudes son asombrosas. Haber enviado a las tinieblas exteriores a ese personaje no basta. Faltan las cabezas de quienes urdieron esa conjura criminal. Las pruebas hasta ahora conocidas apuntan a los estratos altos del gobierno y a parlamentarios ubicados en posiciones estratégicas.
Otra de esas canciones tenía por tema la fases de la violencia en Colombia: (i) la que tuvo lugar entre los partidos Liberal y Conservador en los años cincuenta del pasado siglo; (ii) la insurgencia guerrillera que se dio en el contexto de la Guerra Fría, (iii) y la actual que gira en torno a la explotación de negocios ilícitos. Tiene razón. Pero, en tal caso, ¿qué sentido tienen las negociaciones de paz con los alzados en armas? Negociamos cuestiones políticas con meros delincuentes. Ese es teatro del absurdo.
Cree el primo tenore que los sectores de vivienda e industria están estancados porque los bancos no les quieren prestar (como si hacerlo no fuera su negocio). De ahí que proponga inversiones forzosas al sector bancario. No se le ocurre imaginar que el problema es la escasez de la demanda por crédito, cuya causa es el clima de incertidumbre que el gobierno ha creado. A lo anterior añade que en el crecimiento reciente del sector agropecuario han jugado un papel esencial tales gravámenes. No es verdad. Los préstamos financiados con ellos son un elemento marginal en la dinámica del sector.
Se ufana esa notable figura del arte lírico de que el incremento del salario mínimo real -política usada también por gobiernos anteriores- es la causa de que la desigualdad y la pobreza hayan disminuido. Francamente dudo. Pero si fuere correcta esa tesis, deberíamos pensar en duplicarlo o triplicarlo, y establecer un estricto control de precios para evitar que la avaricia de los empresarios se apropie de esa riqueza. Cuba y Venezuela lo han intentado.
Sorprende que no se incluyera, al menos entre las pequeñas obras que, como manifestación de gratitud por los aplausos, suelen incluirse al final del programa, alguna referencia a la célebre e indescifrable constituyente, a pesar de que sacarla adelante fue la principal tarea asignada al nuevo ministro del Interior. Alguno de los contertulios señaló que se trata de una movida táctica. El poder constituyente popular, que empujará al Congreso en la dirección “correcta”, se construye a partir de las masas estudiantiles radicalizadas de la Nacional y otras universidades estatales. Para eso ha colocado a un agitador al frente del Ministerio de Educación.
Finalizado el evento, y en vez de ver Sábados felices, discutimos la realidad de los partidos políticos, que no corresponde con la nomenclatura formal. Concluimos Carlos, Eduardo, Juan David y yo que hay tres formaciones políticas que no están contaminadas. La integran el Centro Democrático, Cambio Radical y el Pacto Histórico. En este último militan los que creyeron que el actual sería el “gobierno del cambio”, no del intercambio. (Me robo una expresión de Andrés Caro). ¡Honda su desilusión!
La otra coalición importante es la de los corruptos, afiliados a los partidos Liberal, Conservador, de La U y Alianza Verde. Se sabe quiénes son. Hay que castigarlos en las parlamentarias de 2026. Flotan por ahí, además, un montón de buenos parlamentarios que oscilan entre la indignación y la impotencia. Qué bueno fuera que se hicieran notar. Katherine Miranda hay varias.
Briznas poéticas. Aforismo de Nicolás Gómez Dávila: “Madurar es transformar un creciente número de lugares comunes en auténtica experiencia espiritual”.